Nội dung text Freud, S. - Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa - Parte III.pdf
Nuevas puntualizaciones sobre las neuropsicosis de defensa (1896)
III. Análisis de un caso de paranoia crónica 23 Desde hace ya largo tiempo aliento la conjetura de que también la paranoia —o grupos de casos pertenecientes a ella— es una psicosis de defensa, es decir que proviene, lo mismo que la histeria y las representaciones obsesivas, de la represión de recuerdos penosos, y que sus síntomas son determinados en su forma por el contenido de lo reprimido. Es preciso que la paranoia posea un particular camino o mecanismo de represión,^* así como la histeria lleva a cabo esta por el camino de la conversión a la inervación corporal, y la neurosis obsesiva por sustitución (desplazamiento a lo largo de ciertas categorías asociativas). Yo observé varios casos que propiciaban esta interpretación, pero no había ha- llado ninguno que la probara; hasta que hace unos pocos meses, por deferencia del doctor Josef Breuer, pude someter a un psicoanálisis, con propósito terapéutico, el caso de una inteligente señora de treinta y dos años, al que no se podría denegarle la designación de paranoia crónica. Si no he aguar- dado más para informar sobre algunos esclarecimientos ob- tenidos a raíz de ese trabajo, ello se debe a que no tengo posibilidades de estudiar la paranoia salvo en ejemplos muy aislados, y a que considero posible que estas puntualiza- dones muevan a un psiquiatra mejor situado que yo a hacer valer los derechos del factor de la «defensa» en el debate, hoy tan vivo, acerca de la naturaleza y el mecanismo psí- quico de la paranoia. Lejos de mí, por cierto, querer decir con esta única observación, que paso a exponer, algo más que esto: ella es una psicosis de defensa, y quizá dentro del grupo «paranoia» haya otros casos más que también lo sean. La señora P. tiene treinta y dos años de edad, está casada desde hace tres, es madre de un niño de dos años; sus pro- genitores no son nerviosos; empero, sé que sus dos herma- nos son neuróticos igual que ella. Es dudoso que prome- diando su tercera década de vida no sufriera alguna depre- sión pasajera y extravío de juicio; en los últimos años per- 23 [Nota agregada en 1924:] Más correctamente, de dementia pa- ranoides. 2* [Este pasaje ofrece un buen ejemplo del cambiante uso que hizo Freud de los términos «defensa» y «represión». Teniendo en cuenta lo que afirma de ambos en Inhibición, síntoma y angustia (1926á), AE, 20, págs. 152-4, en este caso tendría que haber utili- zado «defensa» y no «represión». Véase, sin embargo, mi «Apéndice A» a dicha obra (ibid., págs. 162-3).] 175
maneció sana y productiva, hasta que seis meses después de nacido su hijo dejó discernir los primeros indicios de la afec- ción presente. Se volvió huraña y desconfiada, mostraba aversión al trato con los hermanos y hermanas de su marido y se quejaba de que los vecinos de la pequeña ciudad en que vivía habían variado su comportamiento hacia ella, siendo ahora descorteses y desconsiderados. Estas quejas aumenta- ron poco a poco en intensidad, aunque no en su precisión: decía que tenían algo contra ella, aunque no vislumbraba qué pudiera ser. Pero no había duda —según ella— de que todos, parientes y amigos, le faltaban al respeto, hacían lo posible para mortificarla. Se quiebra la cabeza para averi- guar a qué se debe, y no lo sabe. Algún tiempo después, se queja de ser observada, le coligen sus pensamientos, se sabe todo cuanto le pasa en su hogar. Una siesta le acudió repen- tinamente el pensamiento de que a la noche la observaban cuando se desvestía. Desde ese momento recurrió, para des- vestirse a las más complicadas medidas precautorias, se des- lizaba a oscuras dentro de la cama y sólo se desvestía bajo las mantas {Decke}. Como rehuía todo trato, se alimentaba mal y andaba muy desazonada, en el verano de 1895 la in- ternaron en un instituto de cura de aguas. Allí afloraron nuevos síntomas y se le reforzaron los existentes. Ya en la primavera, cierto día tuvo de pronto, estando sola con su mucama, una sensación en el regazo, y a raíz de ella pensó que la muchacha tenía en ese momento un pensamiento in- decente. Esta sensación se volvió en el verano más frecuen- te, casi continua; sentía sus genitales «como se siente una mano pesada». Luego empezó a ver imágenes que la espan- taban, alucinaciones de desnudeces femeninas, en particular de un regazo femenino desnudo, con vello; en ocasiones, también genitales masculinos. La imagen del regazo velludo y la sensación de órgano en el regazo le acudían las más de las veces juntas. Las imágenes eran muy martirizadoras para ella, pues las tenía cuando estaba en compañía de una mu- jer, y entonces seguía la interpretación de que ella veía a esa mujer en desnudez indecorosa, pero en el mismo momento esta tenía la misma imagen de ella (!). Simultáneamente con estas alucinaciones visuales —que tornaron a desapare- cer durante varios meses tras su primer ingreso en el ins- tituto de salud—, empezaron unas voces que la fastidiaban, que ella no reconocía ni sabía explicar. Si andaba por la calle, eso decía: «Esta es la señora P. — Ahí va ella. ¿Adon- de irá?». — Cada uno de sus movimientos y acciones eran comentados, a veces oía amenazas y reproches. Todos estos síntomas la hostigaban más cuando estaba en compañía o 176
iba por la calle; por eso se rehusaba a salir. Luego tuvo asco a la comida y decayó rápidamente. Todo esto lo supe por ella, cuando en el invierno de 1895 llegó a Viena para que yo la tratara. Lo he expuesto en detalle para trasmitir la impresión de que efectivamente se trata aquí de una forma frecuentísima de paranoia cróni- ca, juicio con el cual armonizan los detalles, que luego con- signaré, de los síntomas y de la conducta de ella. En cuanto a formaciones delirantes para la interpretación de las aluci- naciones, o bien me las ocultó en ese momento o efectiva- mente no se habían producido aún; su inteligencia no había sufrido menoscabo; como cosa llamativa, sólo me informa- ron que repetidas veces visitaba a su hermano, que vivía en la vecindad, para encargarle algo, pero nunca le había comunicado nada. Jamás hablaba sobre sus alucinaciones y últimamente tampoco lo hacía mucho sobre las mortifica- ciones y persecuciones que sufría. Ahora bien, lo que yo tengo para informar sobre esta enferma atañe a la etiología del caso y al mecanismo de las alucinaciones. Descubrí la etiología aplicando, en un todo como si se tratara de una histeria, el método de Breuer para explorar primero y eliminar después las alucinaciones. A tal fin, partí de la premisa de que en la paranoia, como en las otras dos neurosis de defensa con que yo estaba familiari- zado, había unos pensamientos inconcientes y unos recuer- dos reprimidos que, lo mismo que en aquellas, podían ser llevados a la conciencia venciendo una cierta resistencia; y la enferma corroboró enseguida esa expectativa, pues se comportó en el análisis como lo haría una histérica, y, re- concentrada bajo la presión de mi mano,^'' produjo unos pensamientos que no recordaba haber tenido, que al prin- cipio no entendía y que contradecían su expectativa. Así quedaba probada también para un caso de paranoia la ocu- rrencia de unas representaciones inconcientes sustantivas, y ello me daba derecho a esperar que podría reconducir la compulsión de la paranoia igualmente a una represión. Lo peculiar era que la mayoría de las veces ella oía o alucinaba interiormente, como sus voces, las indicaciones que prove- nían de lo inconciente. Sobre el origen de las alucinaciones visuales o, al menos, de las imágenes vivaces, averigüé lo siguiente: La imagen del regazo femenino acudía casi siempre junto con la sen- -•' Cf. mis Estudios sobre la histeria [(1895i¿); Freud describió esta técnica en varios lugares de esa obra (p. ej., AE, 2, págs. 127-8 y 277-8)1. 177