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Los sordos: personas con discapacidad (... ¡Y con una discapacidad severa!). Carlos Sánchez, 2011. http://www.cultura-sorda.eu LOS SORDOS: PERSONAS CON DISCAPACIDAD (... ¡Y CON UNA DISCAPACIDAD SEVERA!) Carlos Sánchez 1.- Sordera vs. discapacidad Los sordos, arropados por las nuevas concepciones “inclusionistas”, son incluidos en la categoría de “personas con discapacidad”; en su caso, con una discapacidad auditiva. En este marco referencial, una vez más se pone el énfasis en la “pérdida auditiva” y no en el hecho de que la falta de audición no representa un límite de sus potencialidades lingüísticas y cognitivas. Por eso, durante estos últimos años, hemos rechazado esa concepción, porque pensamos a los sordos como miembros de una comunidad lingüística minoritaria y no como discapacitados. Sin embargo, los propios sordos parecen estar aceptando esa condición de “personas con discapacidad”. Se incorporan a distintas organizaciones (asociaciones, sociedades, plenarios y congresos, entre otras), con personas portadoras de distintas “discapacidades”, motoras, visuales y cognitivas, es decir, con personas que antes se conocían como paralíticos, ciegos y retardados mentales. Y se reúnen para obtener ciertas prebendas que la sociedad (formada por “personas sin discapacidad”) está dispuesta a otorgar a aquellos de sus miembros que son designados, con sospechosa benevolencia, como personas con “capacidades diferentes” (¡sic!). Sobre esta base conceptual, se justifica que los profesionales y políticos sigan teniendo en sus manos el poder de decisión sobre aspectos fundamentales de la vida de las personas sordas. Es el caso de la educación, de la salud y del trabajo. Así, son estos “decisores” (médicos, psicólogos, docentes, logopedas) quienes determinan cómo debe ser la atención médica (implantes cocleares, amplificadores y tratamientos rehabilitadores), la atención educativa (inclusión escolar, presencia de intérpretes, currículo, opciones académicas), y la oferta laboral (empleos protegidos). La participación de los interesados, aquellos a quienes afectan directa, profunda y definitivamente estas decisiones, en el mejor de los casos es sólo decorativa, sin ninguna relevancia. No puede ser de otra manera. Las personas con capacidades “iguales”, es decir, con capacidades “no-diferentes” (que antes se autodenominaban “normales”) toman en sus
Los sordos: personas con discapacidad (... ¡Y con una discapacidad severa!). Carlos Sánchez, 2011. http://www.cultura-sorda.eu manos las decisiones que afectan a las personas con capacidades afectadas, que tienen “derecho” a ser tuteladas para evitarles males más o menos previsibles, en razón de su discapacidad. No puede ser de otra manera, porque más allá de los significantes que tanto placer encuentran los “expertos” en modificar, subyace el significado, que no admite ser tan fácilmente modificado. En efecto, etimológicamente, el prefijo “dis” alude a algo que no funciona bien (disfuncional), y es utilizado ampliamente en el campo de la medicina, a saber: disartria, diskinesia, discromatopsia, discromía, disembrioma, disenteria, disfagia, disfasia, disfonía, disgenesia, dishidrosis, disimetría, dislalia, dislocación, dismenorrea, disnea, dispareunia, dispepsia, dispraxia, distocia, distonía, distrofia, disuria ... Pero también este prefijo se utiliza con la misma connotación en el campo de la pedagogía: discalculia, disgrafía, dislexia, disortografía... Y por supuesto, también el prefijo “dis” tiene amplia aplicación en la vida cotidiana: disarmonía, disconformidad, discontinuo, discordante, disidencia, disímil, disociación, disonancia, distorsión... Todos estos vocablos pueden encontrarse en el Pequeño Larousse Ilustrado que, curiosamente, define “discapacidad” como “minusvalía”. Ni más ni menos... Yo preferiría que los sordos fuesen sordos y no personas con discapacidad auditiva, pero no creo que valga la pena hacer de esto un punto de honor, porque la gente en general, gente corriente, gente con sentido común, los seguirá llamando sordos, así como sigue llamando ciegos a los ciegos y no “personas con discapacidad visual”. Sería ridículo, aunque no impensable, que algún Ministro de Educación, preñado de buenas intenciones, proponga corregir las ediciones del Lazarillo de Tormes, de la Ilíada o del Informe sobre Ciegos, de Sábato, para escribir “personas con discapacidad visual” en lugar de ciegos, o reformular refranes como éste: “A palabras necias, oídos con discapacidad auditiva...” Lo grave de todo esto es que, tras las viejas o las nuevas fórmulas, se mantiene la arraigada convicción de que los sordos (que hace ya tiempo dejaron de ser llamados sordomudos, aunque así se autodefinan en sus lenguas de señas), son deficientes, minusválidos, portadores de un handicap, de una carencia que no han logrado superar. Y lo peor de todo es que quienes así piensan tienen razón, aunque pretendan negarlo: los sordos son discapacitados, minusválidos, deficitarios. Pero no porque no oigan, sino porque no han desarrollado normalmente el lenguaje. Los sordos son carenciados de lenguaje, y en consecuencia, presentan limitaciones cognitivas.
Los sordos: personas con discapacidad (... ¡Y con una discapacidad severa!). Carlos Sánchez, 2011. http://www.cultura-sorda.eu 2.- La carencia del lenguaje: niños-lobos, niños privados de lenguaje y niños sordos Desde el momento en que se diagnostica la sordera (generalmente en el transcurso de los primeros años de vida), hasta que entran a una institución donde haya usuarios de la lengua de señas (generalmente entre los 2 y los 7 años de edad) los niños sordos hijos de oyentes no disponen de una lengua natural que puedan adquirir espontáneamente, por lo que no reciben un mínimo de información, y se encuentran imposibilitados para poner en marcha normalmente el mecanismo del lenguaje, tal como sucede con todos los niños oyentes de cualquier lugar del mundo y pertenecientes a cualquier cultura. Si alguien tuviera conocimiento de que un niño normalmente oyente es privado del lenguaje durante los cinco años que definen el período sensible o período crítico para desarrollar normalmente el lenguaje, este hecho motivaría una denuncia airada y contundente a los organismos policiales ante lo que sin duda alguna sería una violación criminal de un derecho humano fundamental (niños secuestrados, niños encerrados), o ante las autoridades dedicadas a la protección infantil, sospechando que se trate de un niño salvaje, como Víctor de Aveyron, o un niño-lobo cuya crianza podría haber estado a cargo de una loba, como fue la madre de lactancia de Rómulo y Remo. Sin embargo, no sucede así en el caso del 95% de los niños sordos, que son hijos de padres oyentes. Por el contrario, lejos de denunciar esta situación, quienes deberían hacerlo (médicos, logopedas, lingüistas, docentes y hasta los propios padres) se muestran indiferentes, ya porque no se han dado por enterados, ya porque no han caído en cuenta de sus devastadoras consecuencias. ¡Aunque usted no lo crea!... El resultado de esos años de privación casi total de lenguaje no puede ser otro que el que es posible apreciar en todos los sordos hijos de padres oyentes: una carencia notoria en el desarrollo del lenguaje. Esta carencia se expresa dramáticamente en las enormes dificultades que muestran los sordos para desempeñarse en un nivel de pensamiento que podemos calificar de complejo, abstracto o metafórico. Y por supuesto, en las también enormes dificultades que confrontan para apropiarse de la lengua escrita que, según Vigotsky, a diferencia del registro oral, es un registro del lenguaje altamente abstracto.