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Nội dung text Libro Más Allá del Odio.pdf


índice I. Adolescencia 5 II. La Fiesta 17 III. Un Camino Difícil 27 IV. Extraño Acontecimiento 37 V. La Carta 51 VI. El Día de la Boda 61 VII. Sentimientos 71 VIII. Un Amigo 83 IX. Futuro Incierto 95 X. Realidad Dolorosa 105 XI. Libertad Indeseada 121 XII. Un Grito de Angustia 129 XII. Encuentro 136 © 2016 Por: Eduardo S. Cañas Estrada Publicado por: Manantial Editores www.SoyManantial.com Primera Edición: Noviembre 1980 Segunda Edición: Mayo 2012 Tercera Edición: Octubre 2016 Derechosreservados. Prohibida la reproducción total o parcial porcualquier medio sin el permiso previo de los editores. Lascitas bíblicas han sido tomadas de la Santa Biblia: Reina-Valera 1960, por Sociedades Bíblicas Unidas; y la Santa Biblia: Nueva Versión Interna cional,© 1999 por la Sociedad Bíblica Internacional. Diseño de cubierta: Yeisson Calderón Diseño y diagramación interior: Mario Augusto Rojas ISBN 978-958-46-0454-5 Impreso por: Panamericana Formas e Impresos S.A. Impreso en Bogotá - Colombia
1 adolescencia Isidora González nació en una pequeña población de unas 50 casas distribuidas alrededor de una pequeña plaza y tres calles a la orilla de un río de aguas rápidas y turbulentas. Algunas eran de zinc y otras de palma; y a excepción de la iglesia católica, todas eran de baha- reque, estucadas con boñiga y blanqueadas con cal. No había policía ni cárcel y se puede decir que era un lugar olvidado de su patria. Los días pasaban lentos en aquel pueblo adormecidos y agobiados por el calor y sumidos en el marasmo y el olvido, a tal punto que lo podrían borrar del mapa y pasarían varios años antes de que alguien lo echara de menos. La autoridad tenía casi como única función en- cender y apagar la luz eléctrica.
6 7 Más allá del odio adolescencia De vez en cuando rompía la monotonía del lugar un hombre como de 60 años llevando con paso lerdo una mochila de lona bajo el brazo y dentro de ellas unas 20 cartas, pues su misión era caminar jornadas de tres y hasta cuatro días para entregarlas. Cartas que a veces eran de amor o preguntas relacionadas con la situación económica de algún familiar. Era el encargado del co- rreo y tal vez el empleado más ignorado del gobierno. Mamá ¿y dónde está mi papá? –le preguntó su hijo Cándido Manuel cuando le celebraban sus cinco años de edad. -Lejos, muy lejos, -le respondió la madre con to- no de indiferencia. La pregunta de su hijo le hizo recordar a Isidora en forma repentina aquel día cuando Luis Augusto Padi- lla le dijo que la amaba como nunca jamás había amado a una mujer; se enamoraron a escondidas cuando ella contaba con 15 y él 17 años de edad. Cada uno pensó en forma independiente en la fecha del matrimonio sin que el otro lo supiera, pero cuando hablaron de lo que querían hablar descubrieron que habían coincidido. - Será el 20 de enero, en la fiesta de San Sebastián -Le dijo Luis Augusto Padilla a Isidora. Hacía 6 meses que su novio había llegado al pueblo procedente de Remolino, próspero caserío al otro lado de la montaña y desde el momento en que la vio a la orilla del río en un atardecer de junio vestida con el uniforme de la escuela, sintió amarla y concluyó que haría todo lo posible por conquistar su amor. Isidora era alta, delgada, de ojos canela, inquieta, amistosa y de temperamento alegre; tenía un pequeño lunar en la mejilla izquierda. Su hermoso rostro estaba enmarcado por una larga y negra cabellera. Era la chica más linda del lugar. En la escuela se ganó el primer premio del concurso de canto y poesía que el profesor Gregorio organizó con motivo de la fiesta patria. La ilusión de sentirse vestida de novia la volvió más alegre, vivaracha y parlanchina. Hablaba de cualquier cosa sin ton ni son con las amigas de la escuela con una fluidez de palabra que impresionaba a quienes la oían. Una tardecita, doña Josefa Rios los encontró en el portillo de atrás besándose apasionadamente. Gritó con furia: “¡Malditos!” Le dio un puntapié a Luis Au- gusto Padilla, agarró por los cabellos a su hija Isidora y después de arrastrarla unos tres metros por el suelo y golpearla brutalmente contra la cerca de guadua, le escupió la cara y volvió a gritar: “¡Maldita hija!” Mien- tras Isidora González se limpiaba un hilillo de sangre que le manaba del labio superior, su mamá aún tem- blorosa por la ira, le gritó otra vez en tono enérgico y desesperado. - ¡Hija de los diablos!... ese hombre no te convie- ne... es un aparecido que tiene cara de todo menos de gente decente. Las malas lenguas comentan que el papá es un matón.
8 9 Más allá del odio adolescencia - No me importa lo que digas mamá, - replicó Isido- ra en tono rebelde. - ¡Me casaré con él y punto. Además eres una mujer vieja y me quieres convertir en una monja. - ¡No seas altanera Isidora! – replicó doña Josefa y le volvió a golpear la cara. Isidora enojada y rebelde no le habló a su mamá durante toda la semana. Una madrugada mientras Isidora dormía, sintió que una mano varonil tocaba su cuerpo. Asustada tocó esa mano áspera y extraña y preguntó: “¿Quién es?” - Yo, - susurró la voz de su adorado amor. El trancó la puerta... Isidora estaba sola y con la oscuridad como cómplice dieron rienda suelta a su pecaminosidad adormecida y poco a poco los dos se perdieron en una laberinto oscuro y apasionado. Antes del amanecer su príncipe azul había desaparecido sin dejar rastro alguno y por varios meses nadie supo de su paradero. La familia González era una de las más adineradas del lugar. A unos 5 kilometros del pueblo, tenía una par- cela de unas treinta hectáreas sembrada en gran parte con árboles frutales que se extendían por toda la orilla del río. Había una huerta sembrada de plátano, yuca, ñame, ahuyama y el corral de las gallinas, y más allá en su chiquero los mejores cerdos de la región. Toda esa riqueza se convertía en testigo visible de la solvencia económica de los padres de Isidora. Su mamá doña Josefa Ríos muy meticulosa y labo- riosa, se pasaba el día con una toalla en el hombro pa- ra espantar las moscas, cosiendo camisas o preparando dulces y el arroz de leche que por las tardes ofrecía a su clientela detrás del mostrador de la tienda, con esa simpatía que nunca dejó de tener. Con el pelo recogido en un moño sostenido por una peineta de carey y des- calza la mayor parte del día, era incansable realizando los oficios del hogar. En su cuarto guardaba celosa- mente un baúl y dentro de él como recuerdo de su bo- da, un ruidoso traje de seda y un sombrero descolorido rematado por un ramo de flores artificiales. Encima del baúl, en una maleta medio abierta y sin cerradura, ase- gurada apenas con un cinturón de cuero distinto al de la maleta, tenía varios vestidos de popelina blanca y azul que se ponía los domingos para ir a misa de 8 o en la fiesta de San Sebastián. La noche era bochornosa. Isidora no podía conciliar el sueño; movió la aguja del viejo radio receptor y de pronto escuchó una vieja canción vallenata que le can- taba a Luis “Cállate corazón, cállate cállate corazón, no llores una pena y otra pena son dos penas para mi...”

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