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/ 9 SÁBADO 20 DE JULIO DE 2024 / EL ESPECTADOR Vamos a conversar ablamos mucho de la necesidad de un acuerdo nacional. Nosotros, desde los editoriales, veni- mos insistiendo en ello desde hace años. Colombia no se puede dar el lujo de que su futuro se filtre por entre nuestras diferencias. Alguien tiene que iniciar la conversación, permitirla y además ani- marla, sin otra intención que pensar en las grandes posibilidades que tiene este país de progresar para bien de todos si nos juntamos alrededor de unos míni- mos objetivos comunes y nos empeña- mos en empujar hasta alcanzarlos. Con- tinuar por el camino individualista y destructor del sálvese quien pueda solo anuncia una derrota colectiva. Suena fácil, al menos en eso, poner- nos de acuerdo, con lógicas excepciones extremistas, bullosas, pero minorita- rias. Lo que resulta más difícil es comen- zar la conversación, en estos tiempos que promueven el sectarismo y cierran el camino a tratar de entender siquiera a quien piensa diferente, en estos tiem- pos tan proclives a la cancelación abso- luta, sin grises, sin cambios de opinión, éxito que quisiéramos con esos ejerci- cios, pero respuesta sí han tenido y han suscitado reflexiones valiosas que, por lo demás, se han salido de nuestras pági- nas y pantallas para tomar vida propia en otros escenarios. En ese sentido, pode- mos decir que de a poco se van gene- rando espacios para que la conversación se pueda ir dando, así por lo pronto sea en momentos coyunturales. Por eso hoy, en una celebración más de nuestro grito de independencia, queremos insistir en ese propósito, y eso explica esta edición especial que aquí les presentamos. Los convocamos, de nuevo, a con- versar. Esta vez, con un poco de mayor ambición, nos lanzamos, aquí y ahora, a empezar una conversación, a través de estos textos de hombres y mujeres de diversas disciplinas y visiones contra- puestas para que nos den sus pistas de los caminos que les parece que el país debería explorar con el fin de hacer posi- ble ese diálogo. De manera consciente hemos evitado las voces dominantes en el espacio público, porque son las que más promueven los radicalismos y han sido las menos propensas a escuchar razones opuestas. Esas tendrán que lle- gar en su momento a esta conversación, por supuesto, pero no dominarla desde el comienzo, pues han demostrado su incapacidad para convocarnos. Espero que disfruten este especial de independencia y lo encuentren positivo para la tarea que tenemos de salirnos de la radicalización y ponernos en disposi- ción de trabajar por un mejor país en el quepamos todos. * Director de El Espectador. sin perdones, sin reparaciones posi- bles. Como un medio de comunicación cuya razón de ser ha sido por más de cien años no solo informar bien, sino además tratar de elevar el nivel de la discusión pública, El Espectador no claudicará en el intento de abrir sus espacios a la con- versación necesaria, con sus posiciones e ideas, pero con apertura a escuchar y valorar las contrarias. En el último tiempo, desde nuestras páginas y pantallas, en momentos pun- tuales, hemos buscado incentivar ese tipo de conversaciones que considera- mos urgentes. Hace poco, con motivo de nuestro cumpleaños número 137, le pro- pusimos al país encontrar aquello que nos une como colombianos en medio de tantas diferencias. Meses antes, apro- vechando los días de reflexión que lle- gan cada fin de año, invitamos a nues- tros formadores de opinión, aquellos con las ideas más fuertes, a cambiar de opinión, a rememorar esos momentos en que escucharon razones diferentes o vivieron alguna experiencia que les hizo ver el otro lado de sus realidades y se convencieron de que debían ceder en sus ideas aferradas y cambiar de opinión. Porque es posible cambiar de opinión, no es pecado; nadie debería ser cance- lado por cambiar de opinión. Recuerdo con impresión particular cuando, hace unos años, les propusimos que cada quien pensara y contara a quién, que le hubiera hecho daño, estaba dispuesto a perdonar. Fueron historias tremendas y sanadoras las que surgieron con ese lla- mado. Y así... No voy a decirles que hemos tenido el ESPECIAL DE DÍA DE LA INDEPENDENCIA Fidel Cano Correa Director de El Espectador
10 / EL ESPECTADOR / SÁBADO 20 DE JULIO DE 2024 Colombia nos une l 20 de julio es uno de esos días que nos une como colombianos. Todos sacamos nues - tra bandera, cantamos a todo pulmón el himno y vemos, con orgullo colombiano, el des - file de nuestras fuerzas militares. Ese día no nos dividen las diferencias polí - ticas, ideológicas o partidistas: ese día somos todos orgullosamente colombia - nos. Deberíamos vivir con ese ambiente y esa mentalidad todos los días del año. Y es que las diferencias que día a día discutimos entre nosotros no son tan importantes como el hecho de que hay algo que nos une: Colombia. Somos todos parte del país de la belleza. Esa actitud permite cons - truir. En este Gobierno lo hemos hecho, por ejem - plo, con el sector privado. En La Guajira nos pusimos a la tarea de por fin, luego de décadas de promesas fallidas, garantizarles a los wayuus los derechos básicos que siempre les han sido negados. Tres empresas —Grupo Aval, Promigas y Grupo Prisa— se sumaron a este sueño compartido y, con la ayuda y los cono - cimientos ancestrales de las comunida - des locales, les hemos garantizado luz y agua a más de 300 familias de comuni - dades como Parenska, Kaykachi y Gra - masana. Ha sido precisamente la posibilidad de entregarle al país una propuesta de valor compartido la que permite que modelos público privados sean no solo sostenibles, sino también escala - bles, al punto que hoy podamos hacer una implementación similar, pero adecuada a las características del departamento del Cauca. La intersectorialidad nos per - mitió entender la importancia de priorizar el engranaje de la exper - ticia de cada orilla sobre la ambición de creer que inventamos la rueda, cada uno por su lado. La sociedad civil, los entes territoriales, las personerías, los gobiernos locales, el sector privado en su responsabilidad social y la coopera - ción internacional, todos tienen contri - buciones valiosas para romper la lógica centralista que no permite que sean las personas de las regiones las que com - partan su sabiduría en soluciones para el progreso. Estos son solo ejemplos de lo que logramos cuando nos unimos con una meta común. En Colombia tenemos desafíos enormes en acceso a servicios de salud, pensión, educación y hasta agua potable, como en el caso de La Guajira. La única forma de seguirlos enfrentando es uniendo las capacidades entre todos los sectores de la sociedad. Es a eso precisamente a lo que hemos llamado acuerdo nacional. Es un hecho que lo que nos une es más fuerte que lo que nos separa. La selec - ción nos lo demostró el último mes, uniéndonos a 50 millones de colom - bianos. Si ponemos el foco todos jun - tos en mejorar a Colombia, estoy segura de que eso que nos une es mucho más fuerte que lo que nos podría separar. Hoy, 20 de julio, que Colombia nos una. Laura Sarabia Directora del Departamento Administrativo de la Presidencia La educación es una larga conversación a tarea de educar es, sobre todo, la de des - pertar esa gran capaci - dad propia de los huma - nos, que es aprender. No como entrenamiento, sino como acto reflexivo y crítico, como ejercicio de cuestionamiento, compren - sión, imaginación y creación. Por eso, educar es un esfuerzo por inspirar el alma y la mente a través del encuentro entre un maestro y un aprendiz. Es necesario recordar esto porque nos permite comprender que la educación es, fundamentalmente, una gran y larga conversación que expande el encuentro. Solo en el diálogo de confianza y crea - ción colectiva hay espacio para apren - der. Por eso, cuando me preguntan por la importancia de tener acuerdos en el sector educativo en el país, en un esce - nario de reformas y debates, pienso en la esencia de lo que los acuerdos necesi - tan y en lo que insistimos en el acto edu - cativo permanentemente: conversar de manera cualificada, que implica expo - ner ideas y argumentos con claridad, y escuchar de manera activa. Es necesa - rio abrir espacio para deliberar y plan - tear juicios, con flexibilidad y disposi - ción para movernos de lugar cuando sea necesario. La antítesis de educar es pen - sar que el acuerdo es el adoctrinamiento del otro; por el contrario, es el debate cualificado con el otro. Tal vez es eso lo que nos ha faltado en el país para activar una conversación que conduzca a acuerdos que superen la polarización. Hemos perdido la capaci - dad de conversar porque hemos confun - dido los mecanismos con el sentido y el propósito mismo de la conversación, que es ampliar comprensiones, nutrir pro - puestas, advertir riesgos y generar con - vergencias. A la manera de un diálogo de sordos, levantamos la voz cuando no nos gusta lo que escuchamos y, a lo sumo, inventamos formas distintas de seguir presentando el mismo discurso. Es necesario volver a la confianza y al respeto por quien está sentado al otro lado; eso que les enseñamos a los jóvenes y niños todos los días en el aula: hacer conscientes nuestros sesgos y abrir - nos a la comprensión. Saber que proba - blemente no será la idea propia la que prevalezca, sino otra distinta, nutrida de múltiples visiones, lo que implicará renuncias a los propios conceptos. Para eso debemos ver a todos los interlocu - tores como válidos e invitar a proponer hipótesis y a resolverlas de manera ana - lítica y crítica, contrastando ideas y eva - luando alternativas, con sus respectivas consecuencias. Sin embargo, este espíritu por el que nos esforzamos en el aula no es el que ha guiado las discusiones para lograr acuerdos sobre la educación en el país. Todos compartimos las premisas fun - damentales (el qué): entender la educa - ción como derecho fundamental y servi - cio social, cambiar lo necesario para que ofrezca mayores oportunidades a todos los niños y jóvenes, y compartir com - prensiones sobre la calidad de la educa - ción y una mirada de futuro más flexi - ble ante los desafíos de la humanidad. El desafío mayor está en las diferen - tes rutas que cada uno considera para desarrollar ese gran proyecto educativo colombiano (el cómo). En efecto, pese a que tenemos acuerdo sobre las pregun - tas, abandonamos la discusión funda - mental y nos centramos en debatir sobre lo procedimental, en muchos casos a partir de sesgos que se acercan a ideo - logizar la educación. Este es uno de los principales riesgos que la misma Cons - titución del país advirtió y por lo que la declaró autónoma. Vale la pena volver a escuchar la voz de los ciudadanos: en 2021, seis universida - des públicas y privadas del país —Eafit, U. Nacional, Los Andes, U. del Valle, Uni - norte y la Universidad Industrial de San - tander (UIS)—, con el apoyo del Grupo Sura y la Fundación Ideas para la Paz, se unieron para adelantar una gran con - versación nacional: tenemos que hablar Colombia. Se realizaron cientos de con - versaciones, largas y en grupos peque - ños, que sumaron casi 5.000 partici - pantes de diversas regiones, edades y géneros, con la expectativa de alimentar la mirada del país, de cara al Gobierno nacional entrante, a partir de tres pre - guntas: ¿qué cambiarían?, ¿qué mejora - rían? y ¿qué mantendrían? Esta conversación entregó importan - tes hallazgos: los colombianos no quie - ren empezar el país de cero; creen en su Constitución y en sus instituciones, aunque no en quienes las lideran. Lo que quieren —y es el reto mayor— es que lo que debe funcionar lo haga con transpa - rencia y efectividad. En el caso de la edu - cación, cuando se habló del cambio nece - sario, más que discutir sobre el acceso, los ciudadanos pidieron un acuerdo fun - damental sobre lo que significa la edu - cación en Colombia. Hablaron de la edu - cación como un medio, más que como un fin en sí mismo; la educación como agente de esperanza cuyo propósito es superar la exclusión, la inequidad y la desigualdad, a partir de formar mejo - res ciudadanos para construir un futuro colectivo más justo. Nuestra tarea, ahora, es ser fieles a esa Colombia que espera acuerdos que potencien el país desde la educación. Para ello necesitamos poder conver - sar con confianza, permitiendo que se escuchan las voces diversas, no de quie - nes más gritan. Necesitamos ser fieles al sentido máximo de la educación: apren - der juntos a partir del encuentro fructí - fero, desde la conversación que es, preci - samente, “dar vueltas juntos”. Claudia Patricia Restrepo Rectora de la Universidad Eafit

12 / EL ESPECTADOR / SÁBADO 20 DE JULIO DE 2024 oy, con 95 años, tengo muchas preguntas que no me he podido res- ponder con relación al arte en general y a la pintura en particu- lar. Con el tiempo, la influencia del arte en la sociedad ha sido definitiva, pero no global. Nací en Neira, Colombia, pero a los cinco años dejé el país con mis padres. A los seis años comencé una nueva vida en Guinea Española, hoy conocida como Guinea Ecuatorial. Yo no he conocido la paz en estos 95 años de vida. Teniendo seis años, vi cómo se hundió un barco con 90 perso- nas adentro. Esa imagen fue muy difí- cil de digerir a esa edad. En 1939, la gue- rra mundial. Luego empezó la guerra de Corea en el 50, con las consecuencias que todos sabemos. Por último, vino una especie de guerra local entre filosofías de distintos países. En 1989 cayó el muro de Berlín. No digo que fuera consecuencia directa, pero sí se abrieron puertas hacia una convi- vencia pacífica, algo que el ser humano busca naturalmente, ya sea con arte o sin él. Ese ejemplo muestra algo que todos esperamos: que algún día caigan las disidencias y los muros que existen entre los diferentes pensamientos humanos, para que podamos con- vivir mejor en este pequeño pla- neta. Me remonto al Renacimiento. Indudablemente, la pintura y la escultura fueron vehículos para contarle a un pueblo que no sabía leer cómo habían sido los miste- rios de la religión, sobre lo cual se han hecho maravillosas obras de arte. Yo diría que esto, más bien, sirve de testigo. El arte ha registrado sucesos y hechos que han ido en contra de la paz. La crucifixión de Cristo, por ejemplo, fue una ofensa muy grande, la cual seguimos sobrellevando. Me viene a la mente La rendición de Breda, de Diego Velázquez, un cuadro que tiene que ver con la paz. Luego viene Goya y El 3 de mayo, que es una acusa- ción por una injusticia política; el mura- lismo mexicano no solo fue testigo de una época, sino que invitó a cierta vio- lencia. Muy válido también. Más adelante encontramos a Picasso con Guernica, que no es más que la demostración de la gran injusticia vivida con el bombardeo a Guernica. Siempre es primero “el ataque” y luego “la paz”. La pintura crea un espacio. Ese cuadro del que hablo, que para mí representa la esencia del arte del siglo XX, es como abrir un campo para la conciliación. En la historia hay incontables ejemplos de manifestaciones particulares sobre la relación del arte y la paz, por no decir del arte y la política, el arte y las religiones. Hay dos maneras de apreciar el arte: la primera desde la reflexión y la otra desde el asombro o el rechazo. La reflexión busca terminologías para explicar lo inexplicable; en cambio, el asombro no tiene tiempo. Dentro de mi ser, cuando estoy pin- tando, yo no pienso sino en mis pro- pios problemas de solución en la obra que estoy haciendo. Si la obra es para los demás y es recibida, tengo la idea de que he cumplido algo, pero si no es recibida, voy a decir como decía Picasso: “La culpa no es de los demás, sino mía”. Sin duda, el arte tiene una incidencia muy importante de asombro o reflexión en todas las sociedades. Con la experien- cia que he acumulado a lo largo de estos años, mientras sigo trabajando, tam- bién sé que no tengo nunca la última res- puesta. El arte como testigo de la humanidad David Manzur Pintor Hablar de política y de religión i abuelo era un hom- bre con el que no podría sentarme a conversar de polí- tica si hoy estuviera vivo. Es también una de las perso- nas que más he amado en el mundo. Era un hombre conocido por su amabilidad. Llegaba con el amanecer aventurán- dose al mar con los pescadores del islote de Santa Cruz. Si ustedes van al islote y preguntan por Jorge Emilio, con segu- ridad algún viejo pescador podrá con- tarles que llegaba con mercados, ron y sonrisas. Solía cocinar más de la cuenta, por lo que avisaba a toda la cuadra para comer. Dicharachero, embelequero, gri- tón, sagradamente votante del Partido Conservador. Murió cuando yo tenía 11 años y desde entonces he formado opi- niones contundentes sobre el orden de las cosas en el mundo que habitamos. Hubiera puesto el grito en el cielo donde me hubiera visto en las marchas por la defensa del acceso libre al aborto. ¿Cómo hubiera conversado sobre la inminencia ética del fin de las corridas de toros con un campeón nacional de peleas de gallos? Así, las familias van dictando una regla sencilla para contener la dis- cordia en sus momentos de encuentro: “No hablemos de política ni de religión”. Entonces dejamos de hablar y nos sumi- mos en un silencio que pide a gritos ser interrumpido. Aquella tracción irreme- diable encuentra, de una u otra forma, la manera de liberarse. A veces, incluso, de forma anónima y despiadada. Es larga la lista de reacciones crueles en redes que son apenas el reflejo diáfano de una sociedad llena de almas armadas y blindadas. Somos varios los que hemos recibido ese odio que llega al punto de desear la muerte. ¿Cómo ha permeado en nuestra sociedad tal nivel de intole- rancia al otro únicamente porque pen- samos diferente? Aunque pareciera que la polarización es algo de hoy, lo cierto es que la sociedad colombiana lleva inscrita en su piel pro- fundas marcas ensangrentadas de una historia de divisiones. Durante la Colo- nia, además de la explotación y masacre de los pueblos indígenas, reinaba la des- coordinación entre autoridades españo- las. Los grandes libertadores no supie- ron ponerse de acuerdo entre el centra- lismo o el federalismo. Más adelante no hubo encuentro posible entre liberales y conservadores. Para remate, las grietas de la Guerra Fría nos atormentan todavía. Si alguna herencia tenemos es la costumbre del desacuerdo. Esto no sería problemático si no fuera porque hemos normalizado a su vez el desenlace violento del desacuerdo. Son numerosas las voces discrepantes bru- talmente acalladas, los rencores per- petuados en círculos de atropellos que parecen infinitos. Nuestro conflicto, como todo conflicto, no es más que la falta de escucha escalada a los peores escenarios. No caería nunca en la inge- nuidad de decir que las discordias fami- liares son la reproducción a pequeña escala de las dinámicas de nuestra gue- rra; sin embargo, esta historia tan llena de dolor aún nos suplica que hagamos un esfuerzo por escucharnos. ¿Cómo llegar a acuerdos? La pregunta se me presentó como un gran monstruo y me petrificó. Yo misma no sé cómo conversar con mis opuestos diametrales. Una pregunta corroe mi empatía: ¿cómo dialogar con ideas que ponen en riesgo mi existencia, que atentan contra derechos humanos, que confrontan las columnas vertebra- les de mis nociones éticas? Lo cierto es que aún no tengo la respuesta, pero, si somos de un país donde madres de gue- rrilleros y militares se han reunido a hablar de reconciliación, donde hay hijas capaces de abrazar a los parami- litares asesinos de sus madres, donde hay víctimas como las del atentado de El Nogal o la masacre de Bojayá que se han sentado a conver- sar con sus victimarios, creo que no hay mísera excusa que valga para que los demás no intente- mos abarcar la diferencia. El único sendero para encontrarnos sería ponernos en el lugar del otro, ceder, salir de nuestras cámaras de eco, ampliar nuestras verdades, sentir en la carne el malestar de la discrepancia, dejar de redu- cirnos a puntuales opiniones, ver lo que hay de humano en el otro y hablar de política y de religión. Quiero pensar que si mi abuelo estuviera vivo hablaríamos de política y de religión. Nos haríamos daño con nuestras espinas y nos enfadaríamos y pasaríamos horas porque ambos querría- mos tener la palabra final, pero hablaríamos. Después de todo, seguiremos com- partiendo este pedazo de tierra y no tenemos más remedio que la palabra si queremos escapar de la violencia. Sofía Petro Alcocer Estudiante de Política Pública e hija del presidente Gustavo Petro

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