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Nội dung text El Seminario, Libro 16. Clase 16, Clínica de la perversión, parágrafo 3 - Lacan, Jacques.pdf

EL SEMINARIO De un Otro al otro Paidós
XVI CLÍNICA DE LA PERVERSIÓN La captura del goce La extimidad del objeto Del Otro barrado a a minúscula El perverso, defensor de la fe Exhibicionismo y voyeurismo, sadismo y masoquismo Hoy propondré verdades primeras. Aparentemente no es inútil volver sobre este terreno, y parece por otra parte difícil organizar esos campos de trabajo complementarios que nos permitirían entrar en consonancia con todo lo que se produce de contem- poráneo y que está profundamente concernido por lo que permite adelan- tar, en el punto en que estamos, cierta etapa del psicoanálisis. En el anteúltimo de nuestros encuentros, quedamos en que debía inte- rrogarse la sublimación en su relación con el papel que en ella desempeña el objeto a. Estas palabras me mostraron que era, si no necesario, por lo menos ciertamente útil volver sobre lo que distingue esta función, y volver al nivel de la experiencia de la que salió, la experiencia psicoanalítica tal como se prolongó después de Freud. En esta oportunidad me vi conducido a regresar a los textos que fueron instaurando lo que llamamos la segunda tópica. Seguramente se trata de un peldaño indispensable para comprender todo lo que yo mismo presenté como hallazgos allí donde Freud permaneció en la búsqueda. Ya señalé lo que significa en mi discurso la palabra circare, dar vueltas en círculo en tomo de un punto central en la medida en que algo no está resuelto. Hoy intentaré indicar cuán alejado permaneció hasta mi enseñanza el psicoanálisis de cierto punto vivo que formuló en todas partes la experien- cia precedente. Se trata de la función del objeto a. Lo que se esbozó al respecto en ciertas declaraciones no fue absoluta- mente depurado, resuelto, puesto a punto. No diremos que vamos a corre- girlo, pero por lo menos ahora es posible edificar otros pasos. 225
EL GOCE: SU CAMPO edificarse más que por el discurso normal. En la cadena superior, en cam- bio, vemos que se trata precisamente de los efectos de lo simbólico en lo real. Asimismo el sujeto, que es su primer y mayor efecto, solo aparece a nivel de esta segunda cadena. Si queda algo aquí que, aunque tratado siempre en mi discurso, y parti- cularmente este año, no ha alcanzado aún su plena dimensión — puesto que allí está el objeto, y que a partir de allí avanzo — , es lo que ocurre con esto, S(A)- Este es el significante por el cual aparece la profunda incompletud de lo que se produce como lugar del Otro, o, más exactamente, lo que en este lugar traza la vía de cierto tipo de señuelo completamente fundamen- tal. El lugar del Otro evacuado del goce no es tan solo lugar limpio, círculo quemado, lugar abierto al juego de roles, sino algo que en sí mismo está estructurado por la incidencia significante. Esto es precisamente lo que in- troduce esta falta, esta barra, este hiato, este agujero, que se distingue con el título de objeto a. Esto es lo que quiero que perciban ahora mediante ejemplos tomados de la experiencia a la que recurre Freud mismo cuando se trata de articular lo que ocurre con la pulsión. 3 Freud subrayó profusamente en la experiencia la importancia de la pulsión oral y de la pulsión anal, pretendidos esbozos, llamados prege- nitales, de algo que alcanzaría la madurez colmando no sé qué mito de completud prefigurado por lo oral, no sé qué mito de don, de producción de un regalo, prefigurado por lo anal. ¿No es raro que después de haber acentuado tanto estas dos pulsiones fundamentales se aleje mucho de ellas, por lo menos en apariencia, y que sea con la ayuda de las pulsiones escoptofflica y sadomasoquista como ar- ticule el montaje de la fuente, el empuje, el objeto y el fin? Adelanto a boca de jarro que la función que desempeña el perverso está lejos de fundarse en un desprecio hacia el otro, el partenaire, como se sos- tuvo mucho tiempo, como ya nadie se atreve a sostener desde hace algún tiempo, y principalmente debido a lo que enuncié al respecto. Habrá que calificar esta función de una manera mucho más rica. Para que lo perciban, por lo menos un auditorio como el que tengo delante de mí, que es hetero- géneo, articularé que el perverso se dedica a tapar el agujero en el Otro. Para 230
CLÍNICA DE LA PERVERSIÓN realzar las cosas, diré que hasta cierto punto es partidario de que el Otro existe. Es un defensor de la fe. Asimismo, deteniéndose un poco más en las observaciones con esta luz que hace del perverso un singular auxiliar de Dios, verán cómo se aclaran rarezas presentadas por plumas que calificaré de inocentes. Vemos por ejemplo en un tratado de psiquiatría, por cierto muy bien hecho respecto de observaciones que compara, que un exhibicionista no se muestra en sus jugueteos solo ante las muchachas, también lo hace ante un altar. Ciertamente no es con tales detalles como algo puede aclararse. En prin- cipio, es preciso haber podido percibir, cosa que ya se hizo aquí hace mu- cho tiempo, la función aislable de la mirada en todo lo que concierne al campo de la visión, a partir del momento en que estos problemas se plan- tean a nivel de la obra de arte. No resulta fácil definir lo que es una mirada. Se trata incluso de algo que puede muy bien sostener una existencia y devastarla. Yo vi en un momen- to a una muchacha para quien esta cuestión, junto a una estructura de la que no es necesario que indique nada más aquí, llegó propiamente a acarrear una hemorragia retiniana con secuelas duraderas. Nos preguntamos por los efectos de una exhibición, a saber, si causa temor o no al testigo que parece provocarla. Nos preguntamos si está en la intención del exhibicionista provocar este pudor, este espanto, esta reper- cusión, eso violento o complaciente. Pero no reside en esto lo esencial de la pulsión escoptofílica, cuyo aspecto calificarán como quieran, activo o pa- sivo, les dejo la elección — aparentemente es pasiva, puesto que da a ver. Lo esencial es, propiamente y ante todo, hacer aparecer en el campo del Otro la mirada. ¿Y por qué si no para evocar la huida, lo inasible de la mirada en su re- lación topológica con el límite que impone al goce la función del principio de placer? El exhibicionista vela por el goce del Otro. ¿Qué ocasiona aquí el espejismo, la ilusión, y sugiere la idea de que hay desprecio hacia el partenaire? Es haber olvidado que, más allá del sostén particular que este da al otro, está la función fundamental de ese Otro que se encuentra siempre allí, bien presente, cada vez que opera la palabra, la función del lugar de la palabra donde todo partenaire está incluido, la fun- ción del punto de referencia donde la palabra se plantea como verdadera. En este campo del Otro, en la medida en que se encuentra desierto de goce, el acto exhibicionista se plantea para hacer surgir allí la mirada. Se ve entonces que no es simétrico lo que ocurre con el voyeur. 231

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