Nội dung text El Seminario, Libro 4. Clase 9, La función del velo, parágrafo 1 y 2 - Lacan, Jacques.pdf
La Relación de Objeto i i ' K # , M ; r.’ > s i /'
IX LA FUNCIÓN DEL VELO El falo simbólica Cómo realizar la falta. El recuerdo pantalla, detención en una imagen. Alternancia de las identificaciones perversas. Estructura del exhibicionismo reactivo. Siguiendo con nuestras reflexiones sobre el objeto, hoy voy a propo- nerles lo que de ello se deduce a propósito de un problema que materia- liza la cuestión del objeto de una forma particularmente aguda, a saber el fetiche y el fetichismo. Verán ustedes aquí de nuevo los esquemas que he tratado de aportar- les en estos últimos tiempos, expresados muy especialmente en estas afir- maciones paradójicas — lo que se ama en el objeto es lo que le falta — sólo se da lo que no se tiene. Este esquema fundamental que implica en todo intercambio simbó- lico, sea cual sea el sentido de su funcionamiento, la permanencia del carácter constituyente de un más allá del objeto, nos permite tener una ^ nueva visión de esa perversión que ha tenido un papel ejemplar en la teoría analítica, y establecer de otra forma lo que podría llamar sus ecua- ciones fundamentales. Se trata pues del fetichismo. i 1 Freud aborda la cuestión del fetichismo en dos textos fundamenta- les, escalonados de 1904 a 1927, y si otros vuelven a referirse a esta cues- tión ulteriormente, estos dos son los más preciosos — el párrafo sobre el fetichismo en los Tres ensayos para una teoría sexual y el artículo titu- lado Fetichismo. 153
EL OBJETO FETICHE Freud nos dice de entrada en este artículo que el fetiche es el símbo- lo de algo, pero que sin duda lo’qiié va a decirnos nos decepcionara, pues se ha dicho de todo sobre el fetiche desde que se habla, y el propio Freud habla, del análisis. Se trata, una vez más, del pene. Pero inmediatamente después, Freud subraya que no se trata de cual- quier pene. No parece que se le haya sacado demasiado partido a esta precisión en su fondo estructural, o sea en las suposiciones fundamenta- les que implica si se lee por primera vez sin prejuicios. Por decirlo de una vez, el pene en cuestión no es el pene real, sino el pene en la medida en que la mujer lo tiene — es decir en la medida en que no lo tiene. Subrayo el punto oscilante donde debemos detenernos un momento para darnos cuenta de lo que normalmente se elude. Para alguien que no se sirva de nuestras claves, se trata simplemente de un desconocimiento de lo real — se trata del falo que la mujer no tiene y que debería tener por razones que dependen de la dudosa relación del niño con la reali- dad. Esta es la vía común, sostenida habitualmente en todo tipo de espe- culaciones sobre el futuro, el desarrollo y las crisis del fetichismo, y como he podido verificar con una amplia lectura de todo lo que se ha escrito sobre el fetichismo, conduce a toda clase de callejones sin salida. Como siempre, me esforzaré por no extenderme demasiado en esa selva de la literatura analítica. En verdad, se trata aquí de un tema que exi- giría, para tratarlo eficazmente, no ya horas, sino una historia detallada, porque nada hay tan delicado, incluso pesado, como situar el punto preciso donde una materia se escabulle al evitar el autor el punto crucial de una dis- tinción. Les daré pues aquí, en una parte de lo que voy a exponerles, el resultado más o menos decantado de mis lecturas, pidiéndoles que me sigan. Para evitar las errancias a las que se ven llevados los distintos autores durante años si evitan este punto, para situar de forma adecuada lo que está en juego, el nervio diferencial es el siguiente — no se trata en absolu- to de un falo real que, como real, exista o no exista, sino de un falo sim- bólico que por su naturaleza se presenta en el intercambio como ausen- cia, una ausencia que funciona en cuanto tal. En efecto, todo lo que se puede transmitir en el intercambio simbó- lico es siempre algo que es tanto ausencia como presencia. Sirve para te- ner esa especie de alternancia fundamental que hace que, tras aparecer en un punto, desaparezca para reaparecer en otro. Dicho de otra manera, circula dejando tras de sí el signo de su ausencia en el lugar de donde proviene. En otros términos todavía, el falo en cuestión, lo reconoce- mos enseguida — es un objeto simbólico.
LA FUNCIÓN DEL VELO Por otra parte, se establece a través de este objeto un ciclo estructural de amenazas imaginarias limitadas por la dirección y el empleo del falo real. Este es el sentido del complejo de castración, y así es como el hom- bre queda prendido en él. Pero hay también otro uso, que está, digamos, escondido por los fantasmas más o menos temibles de la relación del hombre con las prohibiciones, en lo que en éstas concierne al uso del falo — se trata de la función simbólica del falo. La diferenciación simbó- lica de los sexos se instaura porque el falo está o no está, y sólo en fun- ción de que está o no está. Este falo, la mujer no lo tiene, simbólicamente. Pero no tener el falo simbólicamente es participar de él a título de ausencia, así pues es tener- lo de algún modo. El falo siempre está más allá de toda relación entre el hombre y la mujer. Puede ser alguna vez objeto de una nostalgia ima- ginaria por parte de la mujer, puesto que ella sólo tiene un falo pequeñi- to. Pero este falo que puede sentir como insuficiente no es el único que interviene en su caso, pues al estar implicada en la relación intersubjeti- va, para el hombre hay, más allá de ella misma, el falo que ella no tiene, es decir, el falo simbólico, que existe ahí como ausencia. Esto es del todo independiente de la inferioridad que ella pueda sentir en el plano imagi- nario, debido a su participación real en el falo. Este pene simbólico, que el otro día situaba yo en el esquema de la homosexual, desempeña una función esencial en la entrada de la niña en el intercambio simbólico. Porque la niña no tiene este falo, es decir también porque lo tiene en el plano simbólico, porque entra en la dia- léctica simbólica de tener o de no tener el falo, así es como entra en esa relación ordenada y simbolizada que es la diferenciación de los sexos, relación interhumana asumida, disciplinada, tipificada, ordenada, obje- to de prohibiciones, marcada, por ejemplo, por la estructura fundamen- tal de la ley del incesto. Esto es lo que quiere decir Freud cuando escribe que la niña entra en el complejo de Edipo por medio de lo que él llama la idea de la castración — precisamente ésta, que ella no tiene el falo, pero no lo tiene simbólicamente, de modo que puede tenerlo — mientras que el niño, así es como sale. Vemos en este punto cómo se justifica, estructuralmente hablando, el androcentrismo que, en la esquematización lévi-straussiana, caracteri- za a las estructuras elementales del parentesco. Las mujeres se intercam- bian entre linajes fundados en el linaje masculino, elegido precisamente por ser simbólico e improbable. Es un hecho, las mujeres se intercam- bian como objetos entre linajes masculinos. Se introducen mediante un m