Nội dung text Más allá de la vitrina - Meseguer, Omaira.pdf
Más allá de la vitrina Omaira Meseguer E staba cautiva de la mirada materna. Con frecuencia se sentía juzgada, va- lorizada, seducida, sacudida por una simple mirada. Su belleza rígida era un darle a ver al Otro. Ella se presentaba en la escena sin la mínima falla: una vitrina. El significante vitrina es la huella del estrago materno. Es un significante que condensa lo que se muestra y lo que se esconde. Dos síntomas la condujeron a consultar a una analista: la serie de fracasos de su vida amorosa y la relación con su cuerpo. Completamente cegada por el objeto brillante que ella representaba para él, no lograba separarse de un hombre. La paciente era una joya para él, pero cuanto más brillaba, más opaca se volvía para sí misma. No viendo nada, ella pagaba, escondiéndose, el hecho de ser el objeto precioso del Otro. En lo que tiene que ver con su cuerpo, un exceso de comida producía un exceso visible en el cuerpo, que la hacía sufrir. Es a causa de ese cuerpo... La paciente relata una escena central de sus doce años, cuando apenas salía de sus ensoñaciones de niña: paseaba con su madre y ésta le dijo violentamente: “cúbrete, te están mirando. Es a causa de ese cuerpo que los hombres te miran. Tengo vergüenza A partir de ese instante, la madre la obliga a utilizar ropa que esconda sus formas para salir a la calle en esa ciudad magrebina. Una doble irrup- ción converge en esta escena: la mirada de la madre y la mirada de los hombres. La coalescencia de estas dos miradas marca la relación de esta sujeto con el goce. REVISTA LACANIANA DE PSICOANÁLISIS | N° 22
Un afecto de vergüenza será el resto de este episodio. Un resto recubierto por una oscilación entre esconder y mostrar. En la adolescencia surgió un modo sin- gular de hacer con su cuerpo, ella jugaba con su peso, lo cual hacía que su cuerpo femenino se volviera, por periodos, demasiado visible. En ese momento, apare- ció un esconderse en relación con los varones, así como también una mascarada femenina extrema. Una búsqueda de la perfección. La mirada del Otro era su brújula. Su pregunta giraba siempre en tomo a cómo era vista por los otros. Estaba fascinada por el hecho de suscitar la mirada. Del lado de las apariencias, la belleza y la perfección. Del lado de lo escondido, no saber qué hacer con su cuerpo. Ser vista como una joya - “bum" El partenaire-estiago que la llevó a consultar cuando ella tenía veinticuatro años era un hombre totalmente atrapado por su belleza femenina. No paraba de elogiarla. La había escogido dejando de lado a otra mujer que la paciente conocía bien. Ella había ganado la lucha contra esa otra que no le llegaba ni a los tobillos. Sin embargo, este hombre no lograba hacerla su mujer. Esta imposibilidad sexual duraba. La queja de la paciente giraba en tomo a la impotencia del amante, pero el análisis puso rápidamente en evidencia que era ella la que no se entregaba a él, quedándose escondida detrás de la belleza y la perfección. Su entrada en análisis fue marcada por este descubrimiento: ella usaba su belleza como un obs- táculo frente al encuentro entre los cuerpos. Un giro radical de la cura se produjo en un momento de vacilación. Durante un paseo, ella y su partenaire cruzan por casualidad a la otra mujer en la calle. El hombre, en un momento embarazoso para él, la deja sola unos minutos para saludar a la otra. Conmocionada y confusa, nuestra paciente no pudo mantenerse en pie y termina sentada en el piso completamente perdida: ella que era todo para él, de un momento al otro, no era más nada. “¿[...] En qué consiste lo que pasa con el amor, es decir, con aquella imagen, imagen de sí con la que el otro os reviste y que os viste, y que os deja, cuando os despojan de ella, qué queda de ser abajo?, se pregunta Jacques Lacan en su magnífico homenaje a Marguerite Duras.1 ¿Qué sucede cuando el amante no nos mira más? En ese momento -dice Jacques-Alain Miller respondiendo a la pre- gunta de Lacan-, es “¡bum! [...] Y después, claro está, ustedes se reencuentran con su pequeño {a) en brazos y eventualmente con el objeto a residuo que vestía el esplendor de la imagen”.2 1 Lacan, J.: “Homenaje a Marguerite Duras, por el arrobamiento de Lol V. Stein”, en: Otros escritos, Paidós, Bs. As., 2012, pág. 212. 2 Miller, J.-A ., Los usos del lapso, Paidós, Bs. As., 2004, pág. 501. 216 | Clínica
Una vez evocada en sesión la manera en la que su esplendor fue descomple- tado, un “yo no quiero saber nada” -no quiero ver-, se manifestó de una manera potente para así recubrir el “bum La paciente le pide a la analista no volver a evocar el pequeño episodio en el que se vio sola, abandonada y tirada en el piso. La analista no cede y le da a la escena un estatuto de momento de ver tendiéndole a la paciente un adjetivo para calificar la escena: espantoso. ¿Qué era lo que ella no quería ver? El instante en el que fue maltratada por el Otro y el develamiento del objeto que se escondía detrás de la belleza. Una relectura de su historia surge gracias a este forzamiento: ella y sus hermanas eran las joyas maternas. La madre las quería bellas e irreprochables. Para educarlas les daba muchas bofetadas. Nuestra paciente, por ser la mayor, había probado más de una vez este gesto materno: Ella nos daba bofetadas detrás de la vitrina y te- níamos que poner buena cara para recibir a los clientes. El padre de la paciente había ganado mucho dinero gracias a una boutique. Este lugar era el único sitio investido por ese padre silencioso y era el escenario que mezclaba la vergüenza y el orgullo para la madre. El lugar de donde esta mujer era mirada por un Otro. Mi madre mira Finalmente, una vez tocada la posición fantasmática, fue posible una ruptura con el hombre del que no podía separarse. Ella encadena varios encuentros con hombres que seducía con facilidad, aun cuando continuaba escapándose del en- cuentro y seguía siendo el centro de las miradas en todos los lugares donde iba. Después de un periodo de encuentros furtivos, empezó a salir con un hombre casado, por primera vez se decía enamorada y estando con ese hombre ocurre un acontecimiento singular: la extraña sensación de ser mirada por su madre cuando ella estaba en pleno juego de seducción para atizar la mirada del partenaire. Respecto de la posición subjetiva del neurótico, J.-A. Miller afirma que “lo que aparece, a nivel del testimonio, es la necesidad de un testigo. Esto se desco- noce cuando para indicar su falta de autenticidad se reduce la histeria al teatro. Pero el teatro manifiesta, además, que hay necesidad de un testigo, que el sufri- miento de la histeria no es sin el Otro, que la histeria testimonia bajo la mirada encamada del Otro”.3 De la misma manera, la mirada encamada del Otro materno se hacía presente en los momentos de encuentro sexual con ese hombre. Era una mirada que la per- turbaba y que la “sacaba de la escena”. La frigidez era una respuesta a esa mirada y sacar corriendo a ese hombre despreciándolo fue su respuesta a dicho síntoma de frigidez. 3 Miller, J.-A.: Los signos del goce, Paidós, Bs. As., 1998, pág. 86. Omaira Meseguer Más allá de la vitrina | 217