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La cultura sorda. Notas para abordar un concepto emergente Por Alejandro Oviedo, Berlín, 2006. Sección: Artículos, reseñas. En los últimos años está en uso cada vez más frecuente la frase “cultura sorda”. No sólo en la literatura especializada sobre la sordera, sino además en muchas páginas de la red y entre las personas sordas de diferentes países. El término fue acuñado primero por algunos estudiosos y se lo adoptó luego en la vida cotidiana, donde cobró nuevos significados, que a su vez otros estudiosos tratan ahora de precisar. Vamos aquí a tratar de precisar algunas acepciones para esa frase. Uso la palabra “emergente” para hablar de la cultura sorda, porque para comprender este fenómeno no bastan la mención y el análisis de sus muchos aspectos, lo que nos obliga a improvisar sobre la marcha un discurso que ordene la realidad que observamos entre los sordos, para poder comprenderla. El desarrollo teórico en este campo es todavía muy precario, y está fuertemente marcado por disputas de tipo ideológico, por lo cual no es un tema sobre el cual se discuta mucho. Una de las dificultades más grandes que se encuentran al abordar este tema es establecer a quiénes debemos considerar miembros de esta cultura. Por otro lado, intentar comprender lo que es la cultura sorda implica enfrentarse a un enorme volumen de datos en ciertos aspectos, y una inopia radical en ciertos otros. Hasta ahora no es mucho lo que se ha logrado, como afirmé antes, pero sí es promisorio e interesante, y lo voy a resumir, un tanto arbitrariamente (prerrogativa que le da a uno el ser autor) a partir del desarrollo de cuatro afirmaciones generales: 1. siempre ha habido sordos en el mundo; 2. los sordos sustituyen con la vista y los gestos lo que les niega el oído; 3. el entorno social, en ciertas circunstancias, puede llevar a los sordos a formar comunidades minoritarias, con características equivalentes a las de los colectivos oyentes; y 4. en los contextos que les corresponde vivir, los sordos desarrollan una peculiar manera de sentir, de ver el mundo y de actuar. El término cultura sorda es un modo de nombrar esto. Voy a comentar en extenso las afirmaciones anteriores. 1. Siempre ha habido sordos en el mundo
Prácticamente todas las antiguas culturas conocidas han dejado referencias sobre la existencia de personas sordas. Hay en esas referencias muchas cosas en común con la manera en que se aborda hoy este tema. Una de ellas es la diferencia que se establece entre la sordera y la mudez. Es decir, que quienes perdían el oído en su vida adulta, y hablaban, se diferenciaban de aquellos que por haber carecido del oído ya en su infancia, no podían desarrollar el habla: los mudos. Esta diferencia tenía mucha importancia, sobre todo en textos jurídicos. Otro elemento común a las referencias históricas es que los sordos que no hablaban, es decir, los llamado “mudos”, hacían gestos para comunicarse. Cuando revisamos las publicaciones sobre la historia de los sordos en lenguas de origen europeo, vemos que la mayoría de los historiadores se han limitado hasta ahora a trabajar con datos tomados de fuentes judeocristianas, particularmente en su variante europea, y que sus referencias más tempranas provienen de las culturas judía y griega[a]. Pero desde hace algunos años hay un creciente interés por indagar en fuentes de otras culturas y continentes. Por el trabajo de algunos estudiosos comenzamos a complementar lo ya conocido con datos sacados de antiguos textos chinos, mesopotámicos, de la India y de África. Tomadas en conjunto las referencias disponibles, las menciones históricas de personas sordas se remontan a épocas muy antiguas, milenarias (casos de las citas hechas en libros del Antiguo Testamento, en proverbios sumerios o en textos religiosos y jurídicos de la India). Ya desde entonces, nos dicen esos datos, se estaba consciente de la relación establecida entre la temprana pérdida del oído y la mudez[c], y en algunas culturas las leyes contemplaban que quienes no hablaban, si eran capaces de comunicarse a través de señas, disfrutaban de sus derechos civiles (para casarse, negociar, etc.)[d]. La gran diferencia entre las referencias antiguas y las más recientes es la ausencia, en las primeras, de todo vestigio de actividad pedagógica sistemática dirigida a los sordos. En el ámbito latinoamericano se ha escrito muy poco sobre la historia de los sordos. Fuera de algunas mínimas y dispersas menciones ignoramos todavía todo lo que refiere al pasado de los sordos en América antes de la llegada de los colonizadores europeos, y casi todo lo que ocurrió durante las tempranas etapas de la colonia. Esto se debe, en buena medida, a la desaparición forzosa de muchas culturas y documentos (destruidos por quienes llegaban a imponer con violencia sus propias culturas), pero también al posterior desinterés de los colonizados en conocer el lado autóctono de su propia historia. Recuperar esas fuentes históricas en América pasará por indagar en las lenguas y las culturas de las naciones originarias, en sus tradiciones médicas y sus mitos. Y también por revisar los relatos de los primeros cronistas, textos literarios, textos jurídicos y registros penales y de comercio. Un problema terminológico: “Sordos, mudos, sordomudos” Quiero detenerme brevemente en un problema terminológico, el relativo al uso de la palabra “sordo”. Como vemos, la sordera parece haber sido siempre calificada en función de la ausencia o la presencia del habla, lo cual tiene consecuencias insoslayables en el desarrollo de la persona. En la tradición de habla castellana, al igual que en muchas otras culturas, esto implicó siempre el uso de vocablos diferentes para unas y otras personas. Hasta finales del Siglo XVIII, por lo menos, se usaron las palabras “mudo” y “sordo” en aquellos sentidos. Ya en el Siglo XIX se expandió el término “sordomudo”, opuesto a “sordo”, y su uso se extendió hasta ya entrada la segunda mitad del Siglo XX (década de
1960), cuando fue eliminado, con el argumento de que los sordos (mudos) podían aprender hablar. Esto tuvo mucho que ver con la popularización de tecnologías (audífonos) que permitían a muchas personas sordas comenzar a percibir los sonidos del habla, y les facilitaban su aprendizaje. Las prótesis auditivas, sin embargo, no solucionaban el problema del acceso al habla de muchas otras personas, que a pesar de los esfuerzos invertidos no llegaban nunca a hablar, con lo cual la diferencia antigua no desaparecía realmente, y seguían requiriéndose palabras para distinguirla. En la década de 1980 se difunde otro factor que complejiza aún más la situación. A partir de esa época comienzan a extenderse por el mundo teorías según las cuales las señas caseras de los sordos evolucionaron, bajo ciertas circunstancias, en lenguas. Esto pasó cuando en un lugar, a lo largo de varias generaciones, se establecieron grupos de sordos que desarrollaron un complejo sistema de comunicación gestual. Los sordos que formaban parte de estos grupos debían ser distinguidos también de aquellos sordos que no tenían una lengua propia, sino apenas rudimentarios sistemas de comunicación gestual (señas caseras) desarrollados a partir de interacciones con su entorno social inmediato. Sobre esto voy a volver en la sección siguiente, pues es muy importante en nuestro razonamiento. ¿Cuándo estamos hablando de unos u otros sordos? A modo de aclaratoria terminológica, algunos estudiosos de habla castellana han comenzado a seguir una convención difundida en la literatura especializada en inglés, según la cual cuando se hace referencia a la sordera como mera condición clínica, y a las personas que a pesar de no oír pueden hablar, y usan el habla como su principal medio de comunicación, se escribirá la palabra en minúsculas: “sordo”; mientras que para referirse a las personas que tienen una lengua de señas y se identifican a partir de ella como miembros de un colectivo particular serían etiquetados como ”Sordos”, con una ese mayúscula. Tal convención, que no es aún seguida por muchos autores hispanos, tampoco representa una solución completa a esta dificultad terminológica, pues ¿dónde deben ser incluidos quienes no hablan ni tienen tampoco más que señas caseras -los llamados “sordos semilingües”? ¿cómo etiquetar a quienes hablan y también tienen una lengua de señas, y no se consideran a sí mismos como miembros exclusivos del “mundo sordo” ni del “mundo oyente”, o ni siquiera reconocen la existencia de tales “mundos”? Estamos no solamente ante un problema de definición teórica, sino además en el caso de trazar categorías cerradas que conducen a la exclusión de personas reales que no caben en ellas o no quieren ser etiquetados con ellas. Son todos estos problemas que no han sido suficientemente discutidos entre nosotros, y que están aún lejos de recibir soluciones satisfactorias. Baste decir ahora que, en este artículo, cada vez que use la palabra “sordo” me estaré refiriendo en general a todas aquellas personas que, por carecer funcionalmente del sentido del oído, se comunican mayormente en señas, sean estas caseras o lenguas complejas, y esto es visto como independiente del hecho de que dominen o no el habla. 2. Los sordos sustituyen con la vista y los gestos lo que les niega el oído Ya antes afirmé que siempre que se hizo referencia a los sordos en la historia se hacía también mención de la comunicación gestual. Por esta debe entenderse el

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