Content text NOTAS SOBRE LA MANIFESTACIÓN DEL TIEMPO
1 NOTAS SOBRE LA MANIFESTACION DEL TIEMPO Pedro Vela A la hora de abordar someramente el estudio del tiempo que signa nuestra vida, es necesario clarificar el significado de toda una serie de términos a menudo mal utilizados, o cuyo significado ha degenerado, precisamente, con el tiempo. Nos referimos concretamente a la serie de palabras eternidad, duración, perpetuidad y tiempo. Efectivamente, todas ellas suelen reducirse generalmente a su sentido más lato, es decir, que se significan exclusivamente en su relación con el vocablo tiempo, cuando resulta que este último es el término de contenido más limitado respecto a los demás. Ciertamente, es la palabra eternidad la que evoca unos contenidos significantes en los que caben los otros tres términos de forma completa, mientras que, a la inversa, no es posible abarcar el significado de eternidad con ninguna otra palabra de la serie. La conocida frase de Platón que define al tiempo como una imagen móvil de la eternidad1 nos puede servir perfectamente para introducirnos en este estudio apasionante, gracias a la contraposición de estos dos términos extremos. Así pues, el tiempo, en tanto que es imagen, no posee una realidad ontológica absoluta; es decir, que su naturaleza es dependiente de otra más amplia, de la cual el tiempo es una representación o imitación en un orden de realidad más limitado. Siendo una representación, depende forzosamente de un modelo que debe contener en su interior todas las representaciones o proyecciones posibles de sí mismo, siendo una de ellas el discurrir del tiempo que nosotros percibimos. Ese modelo es la Eternidad. Y puesto que la eternidad contiene al tiempo (su imagen móvil y sucesiva) su propia naturaleza debe ser tal que se halle por encima de las condiciones y caracteres propios del tiempo, luego inmutable, idéntica siempre a sí misma, sin variación ni cambio, continente inmóvil, simultáneo y armónico de todos sus posibles aspectos. Pensemos, para ilustrarlo con algún ejemplo cotidiano, en una película cinematográfica que contiene fija e íntegramente todos sus fotogramas, los cuales sólo son visibles para nosotros cuando son proyectados sucesivamente sobre una pantalla. En este caso, la película juega el papel de eternidad mientras que su imagen móvil sobre la pantalla representa al tiempo. Es un símil válido, aunque muy limitado, de lo que Platón quería decir. De esta manera, podemos darnos cuenta de otro aspecto importante de la cuestión, como es que el tiempo (la proyección en nuestro ejemplo) tiene un comienzo y un final. Ambos, origen y fin, son el mismo: la eternidad, que contiene en sí misma la totalidad del tiempo en modo no sucesivo. Esta aclaración es importante para nuestro propósito, puesto
2 que desbarata un falso concepto muy arraigado: la eternidad no es una prolongación indefinida del tiempo, sino que es su fuente y causa primordial. Por esa razón, se sitúa en un nivel de realidad absoluto, por encima y mucho más allá del tiempo consecutivo, que sólo es una cierta aplicación suya, limitada por una serie de condiciones muy restringidas y caracterizada por su mutabilidad e impermanencia. Dicho de otra manera, se puede considerar que el tiempo es un modo de manifestación, aunque no el único posible, de la eternidad, una reproducción sustancial parecida a una especie de revestimiento muy dúctil que imita, por así decirlo, los contornos de su modelo esencial de la mejor manera posible, teniendo en cuenta las restricciones a las que se ve sometido este mismo modo de representación, por el hecho de ser tal. El tiempo, al tratarse de una copia o de una plasmación sustancial de lo eterno, se desarrolla en el ámbito de la multiplicidad y fuera de él no puede entenderse. Proyectado, valga la expresión, “fuera” de la eternidad, el tiempo está signado por el número, es numérico; y este número es el que regula la relación entre la imagen y su modelo. Por otro lado, la sucesión numérica que constituye el devenir del tiempo no tiene un comportamiento lineal sino recurrente, cíclico, tal y como es notorio por la simple observación de los procesos naturales. La concepción de un tiempo linealmente sucesivo nace de la incomprensión del significado de la eternidad, que suele identificarse con la suma total de instantes consecutivos. Aquí se están confundiendo dos términos distintos: perpetuidad y eternidad o, lo que es lo mismo, finitud e infinitud. En esta especie de sinécdoque ontológica, se suele tomar la parte por el todo llamando eterno a lo que sólo es perpetuo. El tiempo es perpetuo pero no eterno. El tiempo tiene una cierta duración, la eternidad no. La perpetuidad del tiempo empieza y termina, es limitada, y contiene una cierta duración finita signada por el número. Sin embargo, cabe la paradoja de que la duración del tiempo, aun siendo finita desde el punto de vista eterno, pueda ser contemplada como indefinida desde el punto de vista de un observador situado, como nosotros, en el interior de la propia sucesión temporal. Este último, pues, no percibe por sí mismo los límites del tiempo, su perpetuidad, y para este observador la eternidad se reduce a una perpetuidad indefinida en tanto que no sea capaz de sustraerse a las condiciones de contorno entre las que se despliega cíclicamente el tiempo. Quizá sea oportuno en este momento acudir a otro ejemplo gráfico: tomemos un círculo y su centro. Un observador situado en el centro contempla instantáneamente, es decir, de una sola vez, todos los puntos de la circunferencia, así como todos los radios que unen a ésta con el centro. La circunferencia no deja de ser, pues, una proyección expansiva del centro, y la magnitud de su perímetro depende de una cierta cantidad determinada por el radio. De este modo, puede asimilarse la circunferencia exterior con el tiempo y el punto 1 Cf. Timeo 36d/38a (pág. 1138 de Obras completas de Platón, Ed. Aguilar)
3 central con la eternidad de la que procede y que le otorga toda su realidad. El radio, en este ejemplo, representaría la relación numérica que une a la imagen con su modelo. El perímetro de la circunferencia del tiempo, que es función de la magnitud del radio, sería su duración total, es decir, su perpetuidad finita frente a la eternidad sin número del punto central. Otra observación interesante consiste en darse cuenta de que el valor del perímetro no puede obtenerse contando todos los puntos de la circunferencia sucesivamente, uno detrás de otro, puesto que es un axioma elemental de la geometría que los puntos de una circunferencia no pueden contarse, puesto que constituyen una multitud innumerable. En la escuela nos explicaban esta aparente paradoja con otra no menos sorprendente, al decirnos que una circunferencia es un polígono que tiene infinitos lados. Aunque esta terminología no sea rigurosamente exacta es válida para entendernos. Lo que sí debería quedar claro es lo siguiente: sólo es posible darse cuenta de que la circunferencia tiene un cierto valor finito si nos situamos en el centro y desde ahí trazamos un radio que nos permita calcular la medida del perímetro. De este modo, vuelve a quedar patente que el perímetro depende absolutamente de su relación con el centro, que está contenido virtualmente en él, y que solamente es en tanto que emana a través del radio; sólo entonces puede contarse y adquiere su realidad parcial. Esto equivale a decir, pues, que la eternidad contiene a la perpetuidad, cuyo valor numérico finito sería la duración de todo un ciclo de tiempo. Este ejemplo sirve también para ilustrar perfectamente nuestra anterior afirmación sobre la verdadera naturaleza cíclica y no lineal del tiempo. La naturaleza y, por extensión, la creación entera, se desarrolla por ciclos, lo cual es afirmado por todas las tradiciones sagradas y es, además, directamente verificable por cualquiera mediante la observación atenta de sí mismo y del ámbito que le rodea. En efecto, toda tradición afirma esta circunstancia y lo hace de forma patente en sus rituales, que son su modo de expresión y participación vertebral. Todo rito es cíclico por definición y en él se representa simbólicamente de forma reiterada y ordenada, es decir, ritual en el sentido etimológico del término, una cosmogonía. Cosmogonía quiere decir creación del Cosmos y es precisamente dentro del Cosmos donde espacio y tiempo tienen su lugar y se desarrollan totalmente. Dejaremos aparte por el momento la estrecha imbricación existente entre tiempo y espacio, puesto que considerar ahora su relación nos llevaría demasiado lejos. El tiempo es cíclico por su propia naturaleza y no podría no serlo; es decir, no puede entenderse de otra manera sin caer en el absurdo, puesto que no deja de ser una particularización, circunscrita a un cierto estado determinado, del proceso global de manifestación cósmica. Y éste en sí mismo es también cíclico, dado que puede contemplarse como el despliegue ordenado y total de todas las posibilidades contenidas implícitamente en la Unidad del Ser, origen supremo y destino final, a la vez, de la Existencia Universal. De forma análoga a como una semilla contiene germinalmente un árbol entero, cuyo
4 producto final es un fruto que retorna otra semilla, el Cosmos está contenido íntegra y germinalmente en el Ser Universal, y su proceso de manifestación conlleva necesariamente, una vez desarrolladas todas sus posibilidades latentes, su retorno al origen seminal del que partió, conformándose así un ciclo cósmico completo. De este modo, todas las posibilidades que se despliegan en el desarrollo de este gran ciclo, vienen marcadas por esta circunstancia, configurándose necesariamente una cadena ininterrumpida y continua de subciclos o de ciclos dentro de ciclos, cada vez más restringidos. Así, el tiempo no es más que un eslabón de la cadena, con una serie de características que lo integran, a la vez que lo distinguen, del conjunto total, el cual no debe ser entendido, ni por asomo, como una sucesión ni como una especie distinta de tiempo. Lo que acabamos de decir sobre el desarrollo de la manifestación, a pesar de ser correcto en su conjunto, no da cuenta exacta de toda la realidad que es, por el contrario, muy compleja y tiene muchos matices que nuestro lenguaje limitado no puede captar de un solo golpe. Para finalizar, reproduciremos una breve cita de René Guénon tomada de su muy recomendable ensayo La Crisis del Mundo moderno, en el que con su habitual maestría aporta un aspecto capital sobre esta cuestión: ...cabe la posibilidad de considerar en todas las cosas dos tendencias opuestas, una descendente y otra ascendente o, si se quiere tomar otro modo de representación, una centrífuga y otra centrípeta; de la predominancia de una u otra proceden dos fases complementarias de la manifestación, una de alejamiento del principio y otra de retorno a él, que a menudo se comparan simbólicamente con los movimientos del corazón o con las dos fases de la respiración. Aunque normalmente estas dos fases se describen como sucesivas, hay que entender que en realidad las dos tendencias a las que corresponden actúan siempre simultáneamente aunque en distintas proporciones... Estas dos tendencias que actúan simultáneamente, aunque puedan verse como sucesivas desde el punto de vista manifestado, son las que confieren y regulan el carácter cíclico de la manifestación entera y, por tanto, también de todas las posibilidades que en su seno se desarrollan. De esta manera, pues, queda evidenciada completamente la naturaleza cíclica del tiempo en tanto que aspecto parcial y concreto, característico del grado de la Existencia universal en el que se despliega el estado humano.