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Content text Seminario 10, La angustia. Clase 8, parágrafo 2 - Lacan, Jacques.pdf


REVISIÓN DEL ESTATUTO DEL OBJETO virme del fetiche en cuanto tal, pues en él se devela la dimensión del obje- to como causa del deseo. ¿Qué es lo que se desea? No es el zapatito, ni el seno, ni ninguna otra cosa en la que encamen ustedes el fetiche. El fetiche causa el deseo. El de- seo, por su parte, va a agarrarse donde puede. No es en absoluto necesario que sea ella quien lleve el zapatito, el zapatito puede estar en sus alrededo- res. Ni siquiera es necesario que sea ella la portadora del seno, el seno pue- de estar en la cabeza. Pero todo el mundo sabe que, para el fetichista, es preciso que el fetiche esté ahí. El fetiche es la condición en la que se sos- tiene su deseo. Indicaré de paso ese término, que creo que es poco utilizado en alemán y que las vagas traducciones que tenemos en francés dejan escapar por completo. Es, en lo que respecta la angustia, la relación que Freud indica mediante la palabra Libidohaushalt. Nos encontramos aquí con un térmi- no que está entre Aushaltung, que indicaría algo del orden de la interrup- ción o del levantamiento, e Inhalt, que sería el contenido. No es ni lo uno ni lo otro. Es el sostén de la libido. Por decirlo de una vez, esta relación con el objeto de la que les hablo hoy permite llevar a cabo la síntesis entre la función de señal de la angustia y su relación, en cualquier caso, con algo que podemos llamar, en el sostenimiento de la libido, una interrupción. Suponiendo que me haya hecho entender lo suficiente con la referencia al fetiche en cuanto a la diferencia máxima que separa las dos perspectivas posibles sobre el objeto como objeto del deseo, y en cuanto a las razones que me hacen poner a en una precesión esencial, quiero hacerles compren- der ya adónde nos conducirá nuestra investigación. 2 En el lugar mismo donde su hábito mental les indica que busquen al su- jeto, allí donde, a pesar de ustedes, se perfila el sujeto cuando, por ejem- plo, Freud indica la fuente de la tendencia, allí donde en el discurso se en- cuentra lo que articulan como siendo ustedes — en suma, allí donde dicen yo (je), es ahí, propiamente hablando, donde, en el plano del inconsciente, se sitúa a. En este plano, tú eres a, el objeto, y todos sabemos que es esto lo into- lerable, y no sólo para el discurso, que después de todo lo traiciona. Voy a 116
LA CAUSA DEL DESEO ilustrarlo enseguida con una observación destinada a desplazar, incluso a conmover los caminos trillados donde suelen dejar las funciones llamadas del sadismo y del masoquismo, como si sólo se tratara del registro de una especie de agresión inmanente y de su reversibilidad. Al adentramos en su estructura subjetiva, surgirán rasgos de diferencia, de los cuales el esencial es el que voy a señalar ahora. El deseo sádico He aquí un esquema donde encontrarán ustedes de nuevo las distincio- nes que organiza el grafo en una fórmula abreviada con cuatro vértices. Te- nemos a la derecha el lado del Otro, a la izquierda el lado del S, que es del je todavía inconstituido, del sujeto que hay que revisar en el interior de nuestra experiencia, del cual sabemos que no puede coincidir con la fór- mula tradicional del sujeto, a saber, ser exhaustivo en toda relación con el objeto. El deseo sádico, con todo lo que tiene de enigma, sólo es articulable a partir de la esquicia, la disociación, que apunta a introducir en el sujeto, el otro, imponiéndole hasta cierto límite algo imposible de tolerar — el límite exacto en que aparece en el sujeto una división, una hiancia, entre su exis- tencia de sujeto y lo que soporta, lo que puede sufrir en su cuerpo. No es tanto el sufrimiento del otro lo que se busca en la intención sádi- ca como su angustia. Lo indiqué con esta pequeña sigla, $ 0. En las fórmu- las de mi segunda lección de este año, les enseñé a leerlo, no es o, la letra, sino cero. La angustia del otro, su existencia esencial como sujeto en relación con esa angustia, he aquí lo que el deseo sádico es un experto en hacer vibrar, y por eso no dudé, en uno de mis Seminarios anteriores, en señalar su estruc- tura como propiamente homóloga a lo que Kant articuló como la condición del ejercicio de una razón pura práctica, de una voluntad moral para hablar con propiedad, donde sitúa el único punto donde puede manifestarse una relación con un puro bien moral. Me disculpo por la brevedad de este resu- 117

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