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Content text Reseña: EL CONCEPTO DEL ALMA EN LA ANTIGUA GRECIA

1 EL CONCEPTO DEL ALMA EN LA ANTIGUA GRECIA. Jan N. Bremmer. Ediciones Siruela, 2002. 150 páginas. El autor, profesor de Historia de las Religiones en la Rijksuniversiteit de Groningen, empieza su libro (que en realidad es un desarrollo de su tesis doctoral defendida en 1979) haciendo gala de tener muy buenas intenciones de partida al señalar que “tendremos siempre cuidado de no proyectar en el material griego sombras de significado típicas de nuestros propios términos pero no características de los griegos”(p. 18); sin embargo, los buenos augurios que tal declaración introductoria nos prometía quedan malogrados casi de forma inmediata cuando, en flagrante contradicción consigo mismo, el profesor Bremmer acude a las investigaciones de Ernst Arbman, un profesor sueco de principios del siglo pasado, considerado al parecer figura señera en su campo a la par que experto sanscritista, el cual es el creador de un “plan integral” (fundamentalmente erróneo como veremos) derivado “del análisis sobre el alma védica en India”, en cuyo marco conceptual nuestro autor pretende contrastar y situar los resultados de sus investigaciones. Esta simple elección, en el fondo, no deja de ser por sí sola una implícita declaración de incompetencia, no ya por parte del propio Bremmer, sino por parte de toda la investigación helenista contemporánea que, al parecer, ha sido incapaz de desarrollar un modelo conceptual acerca del alma, puramente “griego”. Si fuese de otro modo, nuestro autor no acudiría, pensamos, a otro investigador que ha estudiado el mismo tema, pero en el hinduismo, para tomarlo como sistema de referencia. Veamos, así pues, cuál es la médula del insigne modelo de Arbman en el que Bremmer va a basarse: “Arbman descubrió que el concepto de alma (âtman, purusha) (sic) se encontraba precedido (sic) por una dualidad en la cual los atributos escatológicos y psicológicos del alma todavía no habían hecho su aparición” (p.21). Bien, aparte de la perfecta ininteligibilidad del párrafo que acabamos de citar, no habrá escapado a nuestros lectores el error capital del que parte, puesto que nada menos que confunde a Âtmâ, el Espíritu universal, con el alma. ¿Pero no era esa la misma grave confusión que cometió Descartes y que se ha propagado con un éxito sin precedentes por toda la filosofía moderna posterior? ¿No sabe el Sr. Bremmer (pues evidentemente el Sr. Arbman, a pesar de ser un “experto”, no lo supo al parecer) que la metafísica hindú ni confunde ni identifica al alma con el espíritu, puesto que jîvâtma no es en absoluto idéntico a Âtmâ? ¿No conoce el Sr. Bremmer a ningún otro autor que pueda ofrecerle un modelo mucho más exacto de la psicología tradicional hindú? Nos parece harto sorprendente y hasta increíble que, aun circunscribiendo sus fuentes única y exclusivamente al ámbito de la erudición académica, nuestro autor no tenga conocimiento, por ejemplo, de la exhaustiva y profunda obra de Ananda K. Coomaraswamy, la cual sin duda le habría evitado caer en tan imperdonable y desviada perspectiva. Pues bien, como al parecer es así, y partiendo de esas erróneas premisas, Bremmer, siguiendo a Arbman et alter, divide al alma en dos partes principales: en
2 primer lugar, un conjunto mal definido y peor denominando de “almas corporales” que dotarían al cuerpo de vida y consciencia y que actuarían durante la vida despierta del individuo y, en segundo término, un “alma libre” que representaría la personalidad del individuo, la cual se mantendría activa durante los periodos de inconsciencia (léase durante el sueño, el trance o el simple desmayo) siendo pasiva durante la consciencia de vigilia (¿?). Por si fuera poco, el autor añade que “en el primer estadio del desarrollo de la creencia del alma védica, el alma libre y las almas corporales no constituían aún una unidad; más tarde, el concepto védico del alma libre, âtman, (resic) incorporó los atributos psicológicos de las almas corporales, un proceso que se produjo en cierto número de pueblos” (p.21). Plenamente convencido, pues, de la exactitud de tal “modelo”, ¡al profesor Bremmer no le parece sino perfectamente razonable adoptarlo para el análisis de la idea griega del alma! Por otra parte, se constata por doquier otro prejuicio grave del autor, de hecho nada inesperado si se tiene en cuenta que lo ha asumido como dogma principal debido a su formación académica, y que no es otro que el del evolucionismo. En efecto, para él todos los “antiguos”, ya sean griegos, hindúes o esquimales, compartían un concepto del alma bastante impreciso, múltiple, dualista, o más bien, parece ser que su idea del alma carecía de ciertos “contenidos” que no pudieron sino ir siendo “descubiertos” e incorporados, variando sus concepciones hasta llegar a una nueva visión más acabada y “unitaria” de lo psíquico, que es la que nosotros hemos heredado e incluso perfeccionado. Así pues, entiende el autor que en la “antigua Grecia”, es decir, en la época pre-filosófica de Homero, “los griegos todavía no tenían conciencia de un concepto que hiciera referencia al todo psíquico o de cualquier noción que pudiera corresponderse con nuestra palabra “alma”” (p. 17) o también que “para la épica de Homero la palabra psiqué carece de cualquier connotación psicológica” (sic). ¿No es esta una pura contradicción en los términos?, pues bien, sea lo que sea la “connotación psicológica” o el “contenido psicológico” del cual carecían los griegos y los modernos no, el autor no nos lo aclara en absoluto, sino que lo da por sentado como algo indiscutible. Esta afirmación resulta bastante cómica, a nuestro juicio, sobre todo si se tiene en cuenta, por una parte, la confusión total que reina en la psicología moderna, que ha perdido, si es que alguna vez la tuvo, la más mínima noción de lo que en realidad es el dominio sutil de la individualidad humana y, por otra parte, cuando se constata, siguiendo la lectura, que en diversas ocasiones el autor no sabe muy bien qué hacer o dónde situar los múltiples términos “técnicos” que tanto Homero como otros autores antiguos que cita, utilizan para denominar las diversas componentes del psiquismo humano. Que su confusión es prácticamente total se hace evidente, por ejemplo, cuando utiliza frases como “el intelecto del alma del ego se identifica siempre con el alma libre” (p.42) o cuando habla del “alma del intelecto”, del “alma del sueño”, del “alma del pensamiento”, conceptos que ni siquiera se ve muy bien cómo encajan en el modelo de Arbman que utiliza como referencia básica. Sea como fuere, lo único que parece tener más o menos claro es que al término psiqué cabe identificarlo con el “alma libre”
3 y que los términos thymôs, noos o nous y menos serían las tres componentes fundamentales del “alma del ego”, siendo esta última identificada a veces como formando parte de las “almas corporales” o bien como constituyente del “alma libre” (¿?). Por si no fuera bastante el desaguisado, otros términos tales como phrenes, prapides, cholos, kardia, kêr, êtor, etc., que el autor va poco menos que inventariando cuando los encuentra en los textos que maneja, no sabe colocarlos con precisión en el modelo, ni tampoco definirlos de forma clara e inequívoca, dado que a algunos de ellos les asigna características físicas además de las propiamente psíquicas, todo lo cual lo justifica debido a que las fuentes son “fragmentarias” y no permiten llegar a conclusiones indubitables. No hará falta decir que, desde nuestro punto de vista, la verdad es seguramente la contraria, es decir, que pensamos que los antiguos griegos sí debieron tener una noción extremadamente clara y minuciosa de la constitución sutil del ser humano (como indica precisamente esa serie de términos diversos que tanto embarazo, no confesado e inconfesable, le causan al autor), una noción análoga a la que se puede constatar en los textos hindúes, aunque quizá no explicitada tan claramente en el caso griego; muy posiblemente lo que sucedió con el devenir histórico es que esa concepción se fue perdiendo de vista, o quizá tan sólo perteneció completa al patrimonio de la tradición oral, y sólo dejo huellas textuales indirectas (baste recordar la confesión de Platón en sus cartas acerca de que nunca dejaría escritas según qué cosas). En definitiva, sólo podemos concluir que nos encontramos ante una obra que es ejemplo donde los haya del punto de vista limitado y limitante que comparte, al parecer, la mayoría de la erudición académica contemporánea. Pero como todo no podía ser negativo, señalaremos que lo único que nos ha parecido sumamente interesante de este libro es la gran cantidad de referencias a textos de autores clásicos que el autor hace, los cuales maneja con soltura (se nota que los conoce bien) a pesar de que las conclusiones que puede sacar de ellos sean tan vacilantes y poco consistentes. Señalaremos también, por último, que de los tres capítulos y dos apéndices que componen el libro, el dedicado al “alma de los muertos” es el que nos ha parecido más digno de interés, pues al menos deja clara una verdad y es que la forma sutil del individuo varía con la muerte corporal y cabe distinguirla, así, del “alma de los vivos”, aunque ciertamente se eche en falta en el libro uno de los temas más interesantes que podría haber desarrollado como es el del destino póstumo del ser humano. Víctor Pascual

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